.Hace treinta años me concibió mi madre Soledad Herrera. Mucho ha pasado desde aquel 78. Desde entonces he tratado de llamarme Daniel Molina. La vida nunca será la misma, todo cambia, y cuando digo “todo” incluyo, particularmente, a ese ente llamado “yo”.
Como es de imaginarse a los treinta a uno le da por auto cuestionarse la existencia, qué si los destinos, qué si las identidade. Con mi paisana perspectiva he convenido conmigo mismo que el actual Daniel Molina es un personaje traspapelado que alguna vez se le ocurrió a Michael Goundry. No se bien cuando ocurrió, pero un día se me metió por los ojos, le gustó mi vida, y se quedó en ella. Y no me quejo, para nada, aunque admito no es sencillo lidiar con una voz interna que invita a desconocer la lógica e imanta las confusiones, pero al final es divertido. A este personaje le atrae más inventar lo que sucede que pensar en lo que pasa. Qué le voy a hacer, le gusté para quedarse.
En fin, buena parte de mis virtudes son más de él que mías: curiosidad incansable, nobleza, facilidad para la magia, caballero respetuoso, testarudo, dormilón y hombre de buen apetito. No quisiera hablar de sus defectos (presiento está escuchando), me limito a presentarlo en sociedad con su mejor cara.
Daniel, el goundriésco, el mismo que ahora silva con un gesto inexpresivo y unos segundos después, con una caricia, cuenta que feliz está.
.
.